¿Cómo es vivir a -60 grados? Cuando el frío es extremo pasos sobre la nieve suenan tan duros como una danza sobre el metal. El aliento se hiela y queda flotando como el aura de un ángel. Cien cuchillos cortan la cara al mirar hacia el origen del viento. Los coches no pueden parar el motor porque no volverían a arrancar. Y al llegar a casa uno mete las manos en el congelador y nota un intenso calor que reconforta.
El domingo, en las páginas de Crónica de EL MUNDO, un paseo por Oymyakon, el pueblo más frío de la tierra. Debe su fama a un horrendo día de 1924 -el año en el que murió Lenin- en el que la temperatura se despeñó hasta -71,2 grados centígrados. Un monumento recuerda el hecho histórico, que en el pueblo se contempla con una mezcla de pesar y orgullo. La gasolina de los coches se congela a -45º C, por lo que cualquier habitante de Siberia sabe que no se puede apagar el motor más que unos pocos minutos.
A 7.000 kilómetros de Moscú asoman las cabañas de madera de Oymyakon viajando un día y medio por la autopista de Kolima, conocida como la «carretera de los huesos» por la cantidad de prisioneros que murieron construyéndola. El fotógrafo Amos Chapple y otros lugareños me hablaron del miedo a helarse, de la caca congelada, de la lucha diaria contra los elementos, de la ventisca azul de y de tantos secretos terribles de una tierra donde vivir es una burla a los elementos.