Ucrania ha impuesto nuevas sanciones a Rusia por apoyar a los rebeldes separatistas del este ucraniano. Kiev va a bloquear el acceso en su territorio a páginas y servicios de internet muy populares impulsados por empresas rusas, como VK, la versión rusa de Facebook, que tiene 15 millones de usuarios ucranianos.
Creo que estamos siendo muy blandos con un nacionalismo ucraniano cada vez más liberticida y que apesta a sobaco.
También se ven afectadas la red Odnoklassniki y el portal Mail.ru, equivalente al Hotmail occidental y con 26 millones de usuarios en Ucrania. Se da la circunstancia de que el presidente ucraniano, Petró Poroshenko, es un usuario habitual de algunos de estos servicios. La medida tiene una duración de tres años, pero hoy VK -la segunda web más popular en Ucrania después de Google– seguía funcionando en Kiev.
Que Sberbank controle Yandex o que Pavel Durov (creador de VK) tuviese que dejar la empresa no justifican el hecho de que se vete VK y el resto de servicios, donde además el contenido es aportado fundamentalmente por el usuario. VK es de hecho «demasiado libre»: música y pelis piratas, pornografía infantil, ejecuciones y mensajes extremistas… Es un Facebook sin domesticar, con lo bueno y malo que implica.
No son servicios sin tacha. No son empresas sin tacha. Pero la gente debe elegir.
Me toca escribir la crónica recién llegado de Kiev, donde he estado cubriendo Eurovisión, un concurso empalagoso pero que podría servir para inspirar una sociedad más abierta, y de ese modo más fuerte. Combatiendo en lo fundamental, y siendo generoso con lo accesorio. Cumpliendo las mismas reglas que exigimos que cumplan con nosotros.
Lecciones que ha olvidado tantas veces el nacionalismo periférico en España: una piedra en la que no hay que tropezar.
También se ha prohibido en Ucrania la cinta de San Jorge, un símbolo patriótico con el que Rusia quiso jugar en Crimea y Donbás. Ahora Kiev pica y lo eleva a los altares de la clandestinidad.
La injustificable injerencia rusa en el este de Ucrania no debería conducir a Kiev a imitar simiescamente las peores prácticas soviéticas.
El Gobierno ucraniano sigue adelante con un implacable proceso de ‘borrado’ de todas las huellas de influencia rusa en su territorio. Desde que Rusia se anexionó la península de Crimea en 2014 se han prohibido algunas películas rusas, también libros y otros bienes llegados de ese país. Se ha restringido la actividad de filiales de bancos rusos, que además han sido objeto de vandalismo por parte de grupos ultranacionalistas.
El espacio aéreo ucraniano sigue vetado para las compañías rusas, por lo que Rusia también cerró el suyo a los aviones ucranianos. Como resultado, ya no se puede volar directamente entre Kiev y Moscú, un ‘puente aéreo’ muy importante en el pasado pues a ambos países les unen lazos históricos, económicos y hasta familiares.
Kiev trata ahora de expandir el uso del ucraniano pese a que el ruso ha sido siempre empleado por buena parte de la población. Los símbolos soviéticos han sido prohibidos y se ha impedido al Partido Comunista presentarse a las elecciones.
Al «comprender» algunas cosas estamos facilitando las siguientes, y esa es una práctica que ha traído grandes desastres en Europa.
Recordemos a Mitterrand ante el Parlamento Europeo en 1995. Aquel famoso discurso: «El nacionalismo es la guerra»
«Hay que vencer los prejuicios. Lo que les pido es acaso imposible, pues nos obliga a superar nuestra historia y, sin embargo, si no la superamos, señoras y señores, se impondrá una regla: ¡El nacionalismo es la guerra! La guerra no es sólo el pasado, puede ser nuestro futuro. ¡Y ahora son ustedes, señoras y señores diputados, los guardianes de nuestra paz, de nuestra seguridad y de ese futuro!»
Es tarde para decirlo, pero ojo con el odio.