«Franco murió el 19-N, yo lo embalsamé esa noche. Hay secretos que me llevaré a la tumba»

Antonio Piga era un joven médico forense cuyo teléfono sonó la noche del 19 de noviembre para acudir a La Paz a embalsamar a Franco. Llevaba días con los instrumentos en el maletero del coche, porque la agonía del dictador les podía hacer necesarios en cualquier momento. Después fue profesor de Medicina Legal de la Universidad de Alcalá y el último representante vivo del equipo de cuatro profesionales que embalsamaron al Caudillo para ser expuesto en público.

Lo entrevisté para Diario de Alcalá en 2006. Me tuvo un rato esperando en su despacho antes de entrar en materia. Era noviembre -bendito aniversario- y yo acudía para hablar de aquel encargo tan complicado, y también con la vana esperanza de que acabaría viendo fotos gore de Franco que nadie había contemplado. Un poco a modo de castigo, este profesor me sentó en una silla y me hizo visualizar un tomo de fotos de autopsias de principios del siglo XX: ataques con hacha, apuñalamientos, disparos a bocajarro y otras delicias forenses. Acabado ese espectáculo, pasar a hablar de la agonía de ese ‘caudillo’ intubado fue casi como tomarte una piña colada en la playa. La playa, claro, es la democracia.

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Hoy está jubilado. Pero Antonio Piga (Madrid, 1939), dio clase en la Facultad de Medicina desde 1980. Cargó sobre sus hombros con la última imagen íntima del dictador: desnudo, en una habitación vacía, con el rostro inexpresivo y postrado en una cama mientras España seguía pegada al transistor.

Piga no tenía mucho trato con el denominado “equipo médico habitual”, pero un mes antes el doctor Pozuelo habló con él para que estuviese listo para intervenir en cualquier momento. La confirmación de que el embalsamamiento se iba a producir esa misma noche llegó a las 00.00 horas, “luego la muerte se tuvo que producir el día 19”. Como ocurre habitualmente, el historial médico contradice la versión oficial, que sitúa el óbito de Franco en el 20-N, aniversario de la muerte de Primo de Rivera. Piga lo cree debido “a que no se sabía cómo iba a reaccionar la población y también porque ante la muerte de un jefe de Estado que había estado tanto tiempo en el poder hay que tomar muchas decisiones”.

El ambiente en el hospital, aquella noche, era especialmente tranquilo. Piga entró por la puerta de atrás acompañado de sus colegas de profesión. Descargaron el material y accedieron a una planta vacía, de donde había desaparecido hasta la guardia pretoriana de Franco. Nadie los supervisó, no recibieron ninguna instrucción, trabajaron a solas.

Antonio Piga

A la una de la mañana, ya entrados en el día 20, se pusieron manos a la obra: desecaron arterias y venas y sustituyeron las sangre por un líquido conservador compuesto de formol, alcohol, agua y colorante: “Unos cinco litros en total, normalmente, aunque en el caso de Franco todo era más complicado por las operaciones que había sufrido, que hacen que la red vascular no esté íntegra y se saliese el formol por dentro”. El líquido de entraba por la axila y la femoral.

Acabaron a las cuatro de la mañana. “Recuerdo que acabamos nuestra misión y se presentó un artista y le hizo una máscara a Franco. Después lo vistieron”, explica Piga, que no quiere encontrar en detalles del cuerpo de Franco. Llegó a casa y vio en la televisión al dictador que había conocido siempre: vestido y reverenciado por los suyos. Y se sorprendió del anuncio de la muerte a las 4.30 de la mañana. Piga está convencido de que murió en las últimas horas del 19 de noviembre. ¿Qué razón había para retrasar el óbito oficial y la Operción lucero que cubrió las espaldas del régimen en las siguientes horas? El caso es que Franco al final murió “porque el médico gana batallas pero siempre pierde la guerra”.

De aquellas cuatro horas que pasó inyectando formol en vena en el cuerpo de Franco guarda algunos secretos que se llevará a la tumba: “Aunque interese mucho a la colectividad, el interés público tiene límites, no deja de ser un paciente”, explicaba ayer en su despacho de la Facultad de Medicina, recién llegado de Dinamarca. Piga recuerda muchas cosas de aquel día, y algunas se pueden contar.

Carmen Polo, esposa de Franco, no quería que fuese embalsamado. Pero fue decisión del Gobierno, que ella aceptó. Es difícil saber quién mandaba en aquellos momentos de zozobra y secretismo.

Franco fue sin duda su paciente más ilustre, aunque ha embalsamado a más de una veintena de persona. Su primer trabajo de forense fue en Villanova Vilanova i la Geltrú, donde el embalsamamiento es un servicio más requerido debido al gran número de turistas que se ahogan y que han de ser devueltos a sus países. Hay dos grandes tipos de embalsamamiento. El practicado con Parafina es el aplicado en los casos de Lenin y Eva Perón. Con este procedimiento se consigue que la persona luzca como en vida. En el caso de Franco la exposición iba a ser limitada en el tiempo, por lo que el cuerpo puede ir desecándose aunque no se corrompa. Aquí se usa formol. Piga cree que con frecuencia cometemos el error de vivir de espaldas a la muerte. Como forense ha visto muchos cadáveres, pero cree que en otros países como México se toman el fin de la vida de manera más natural. La hemiplejia que sufre desde hace un tiempo le ha ayudado a comprenderlo mejor. Estos días me ha alegrado verlo en tantísimos medios de comunicación explicando con rigor lo que pasó aquella noche. Desde la distancia todo se ve de otra manera. Algunas veces el rigor está en la imaginación.

Bonus track: no perderse este pasaje del libro de Andrés Rueda Román: la búsqueda del testículo faltante y los gorrones del régimen en el bar de La Paz durante esos días.

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