Máximo Gorki, o Maksim Gorki (en ruso Максим Горький), fue el pseudónimo utilizado por el escritor Alekséi Maksímovich Peshkov, que aunque nos suena a clásico resulta que vivió hasta 1936. También es una ciudad industrial de la Federacion de Rusia y puerto sobre el rio Volga, ubicada a 380 km al este de Moscu. El disidente y cientifico sovietico Andrei Sajarov fue deportado a esa ciudad en 1980.
Pero resulta que además es nuestro parque favorito: «Центральный Парк Культуры и Отдыха (ЦПКиО) им. Горького. 100 hectáreas de felicidad en pleno centro. Es nuestro Central Park, el otro está muy lejos.

Cerca hay presencias imposibles. Lo recordaba Daniel Utrilla en 2010:
La única escultura de Stalin de cuerpo entero que queda en pie en Moscú está en el cementerio de estatuas, un antiguo vertedero de estatuas soviéticas adecentado y reconvertido en museo al aire libre frente al parque Gorki. Esculpida en mármol rojo, la figura se yergue desnarigada como una esfinge a orillas del Moskova. Pese a la escisión nasal (que recuerda a la del asesor colegiado Kovaliov en el cuento de Gógol ‘La nariz’) Stalin sigue asomando la nariz en pleno siglo XXI.
Los Scorpions hicieron una canción sobre este paraje imprescindible. Hablaban de cambios, todo al hilo del fin de la Guerra Fría. Y hace no tanto, a la vuelta de la esquina, allá por 2016, cogió la metáfora al vuelo Iván Redondo –sí, el ‘brujo’ de Sánchez– para hablar de Pablo Iglesisas en el blog que tenía en EL MUNDO.
Ésta es la escena: comienza con las luces apagadas. Y con ese silbido único. Eterno, que todos hemos escuchado al menos una vez. Son, nos dicen, recuerdos del ayer. Esas antiguas calles del pasado. Caminando por el río de moskva, bajo al Parque Gorki. Escuchando esos vientos nuevos. Es verano, domingo, al anochecer. Ha pasado justo una semana desde la primera «elección de ida y vuelta» de nuestra historia y, créannos, no estamos en Moscú, sino en Madrid.
Es el concierto de los Scorpions y ahí lo tienen. Se trata de un fenómeno único. El voto en familia. El desempate hacia adelante. Tres generaciones en una: una comunión entre hijos, nietos y padres en torno a una acción que van, vamos a ser cariñosos, de 18 a 55 años. También tienen algunos abuelos. Suena Wind of change y la cantan juntos.
Representan todos ellos simbólicamente, aunque sin saberlo, el 60% del censo en nuestro país. Los que tienen hijos tienen cara de abstencionistas. Si les preguntas te dicen que te votan. Y los que no son padres, tienen, fruto de la edad, hambre de gloria. ¿Cómo alimentar esa unión intergeneracional después del concierto? Ésa es la piedra angular de cualquier proyecto ganador y lo que no vimos el 26J.
Redondo, antes de consagrarse como brujo monclovita, nos invitaba a pensar en todo esto. En la «Generación Scorpions«. En esa imagen de tres generaciones en una y en qué hacer para que los padres no se corten la coleta tras el concierto. Parte del algoritmo para captar ese voto en familia se encuentra más que en las matemáticas y en el ajedrez político, una vez más, en la música.
Denles a todos seis cuerdas y que empiece la legislatura.
Unión intergeneracional. ¿La hemos conseguido con estos dos frentes que calientan cada polémica en 2020?