Esta semana escribí que la vacuna Sputnik es últimamente sinónimo de buenas noticias. sobre todo para Rusia, que la presentó el año pasado diciendo que sería “fiable y eficaz como un kalashnikov”. Los especialistas han concluido que la primera vacuna rusa es segura y eficaz. Decenas de países en todo el mundo se han interesado y la UE ha comenzado a examinarla para aprobar su uso ante la actual insuficiencia de dosis. Pero de momento Rusia, que además va despacio en cuanto a porcentaje de población vacunada, carece de la capacidad de producción necesaria para que la Sputnik V pueda cambiar la situación en Europa.
La vacuna rusa es un arma de gran calibre, pero con poca munición. El Kremlin financió la investigación y las pruebas de la Sputnik V el año pasado en una carrera contrarreloj para brillar en la nueva ‘diplomacia de las vacunas’ suministrando su creación en los mercados internacionales. Pero las plantas de producción no se pueden improvisar. Rusia ahora debe depender de plantas en Brasil, India y Corea del Sur si va a cumplir con el objetivo de vacunar a casi una décima parte de la población mundial. Pero esta externalización también requiere tiempo.
En El Confidencia, José Pichel apuntaba también esto:
Mientras, en Rusia, la vacunación va despacio: los totales indican que solo el 1,3% de la población de Rusia ha sido vacunada contra el coronavirus. Nueve de las 85 regiones de Rusia aún no habían administrado ninguna dosis. Cerca de dos millones de rusos han recibido ambas dosis de la vacuna, anunció ayer jueves el presidente, Vladimir Putin. Y yo también me la he puesto.