Rusia se comporta como una dictadura sólo con los ciudadanos que no la consideran una democracia.
El principal disidente del país ha sido envenenado y después encarcelado. Su movimiento político ha sido ilegalizado y sus militantes serán vetados en las próximas elecciones. Redes sociales como Twitter han visto limitado su funcionamiento en toda Rusia y una ‘lista negra’ está engullendo poco a poco a los medios independientes, que son acusados de ser actores extranjeros y estrangulados económica y legalmente hasta la extinción.
Hasta ahora la principal herramienta del Gobierno ruso para garantizarse mantener el poder no era el miedo o la fuerza, sino el control de las opciones. Existe un partido oficial, Rusia Unida, y varias formaciones dóciles -eternas y poco atractivas- en la oposición. Por un lado, los viejos comunistas con sus nostalgias irrepetibles; por otro, los ultranacionalistas con sus delirios de reconquistar Alaska. (…) No estar a gusto en Rusia es cada vez más incómodo.