El último posado de Antonio Tejero

Menuda historia la de la legendaria foto de Antonio Tejero, que captó para Efe el alcalaíno Manuel H. de León, fallecido el pasado 7 de agosto. Alcalá amaneció el 23 de febrero de 1981 tomada por el ejército, a modo ceremonial. Pocos podían adivinar que ese inofensivo Día de la Brigada Paracaidista acabaría con el Parlamento secuestrado a manos de la Guardia Civil y los tanques por las calles de Valencia. Tampoco se lo podía imaginar Manuel Hernández de León, fotógrafo de la agencia Efe, cuando aquella mañana se despertó en Alcalá en su casa de la calle Guadalajara, donde todavía reside. En su agenda había un par de fotos por la mañana. Y, a primera hora de la tarde, una aburrida sesión de investidura del segundo presidente de Gobierno de nuestra joven democracia: Leopoldo Calvo Sotelo.

No sabía que Antonio Tejero Molina, un teniente coronel ultra y faltón al que había conocido días atrás, iba a irrumpir en la cámara pistola en ristre para intentar cambiar el curso político de España y de paso darle la foto de su vida.
“Salí de Alcalá a eso de las ocho de la mañana en mi Seat 127, llegué temprano y a las 15.30 cogí sitio”. Los diputados votaban con tono monocorde, hasta que un portazo y un grito procedente de debajo de un tricornio heló el voto del diputado Manuel Nuñez Encabo.


–¡Quieto todo el mundo!
–Leches, Tejero.


“Era Tejero, yo ya le conocía porque había estado en su casa en una entrevista por la Operación Galaxia”, me contó en 2006 en referencia a una intentona golpista por la que Tejero fue condenado. “El no ya lo tenía y me había ido a su casa unas semanas antes, me abrió la puerta y lo fotografié con sus hijos”. Ahora lo tenía a unos metros, vestido de uniforme y a punto de abrir fuego contra el techo del Congreso. (Manuel me contó la historia para mi reportaje para Diario de Alcalá. Resultó tan espectacular que la redactora jefe incubó un ataque de ira y dijo que le faltaba background)

Aquel 23-F fue decisivo. Manuel, desde el gallinero de fotógrafos estupefactos, empezó a disparar. Una foto. Otra. Otra. Otra. Disparos al techo. Otra foto. Un rollo entero. Llegó un capitán chusquero: “Me den las fotos”. Entonces hizo la jugada de su vida. Un carrete en blanco para el del tricornio; el otro: a los calzoncillos, “saqué dos carretes en las partes nobles porque no recordaba en cual estaban guardadas las fotos”. Sabía que los iban a cachear.

Pronto estaba en la calle con un pedazo de historia de España en la entrepierna sólo dos destinos posibles: la Agencia Efe y, si ésta estaba tomada, todo recto hacia Francia. De aquel día no olvida una cosa. No es el aplomo de Carrillo, ni el coraje de Gutiérrez Mellado ni la sangre fría de Suárez. “Es la mirada que, desde la tribuna de oradores, me echa el teniente coronel Tejero mientras acariciaba el gatillo de su pistola”. En efecto, en la foto Tejero está mirando a los ojos al fotógrafo. Se trata del último posado de un personaje grotesco de la historia de España que desde entonces ha huido de la prensa como de la peste. Los carretes de sus compañeros, confiscados aquel día, no han aparecido. Y es uno de los misterios que todavía quiere desentrañar: qué ha pasado con esas fotos. En la redacción le esperaba su jefe Luis María Ansón, que se empeñó en pasar con él a revelar los rollos y al ver aparecer las imágenes entre el líquido de revelado ordenó parar las máquinas para transmitir a todo el mundo.

El gran día de Tejero y Manolín quedaba en el calendario marcado para siempre.

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