No hay que olvidar los aniversarios tristes, porque siguen pasando cosas en torno a lo que conmemoran. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos condenó este año a Rusia a pagar una indemnización de 20.000 euros a los familiares de Anna Politkovskaya por considerar que no ha cumplido su obligación de realizar una «investigación efectiva» del asesinato de la periodista, sobre el que escribí una historia en 2016, cuando se cumplieron 10 años del crimen:
El ascensor donde tal día como hoy murió tiroteada Politkovskaya tiene el mismo brillo metálico apagado que el tambor de un revolver. Plateado y algo sucio, estrecho como para cargar una bala. Allí dentro, como un animal acorralado, murió la que tal vez era la reportera más libre de Rusia el 7 de octubre de 2006: dos tiros en el pecho, otro en el hombro. Por si acaso, un último en la cabeza, ya sin vida. Los sicarios lo llaman el disparo de control. Abajo, en la calle Lesnaya, quedaban bolsas de la compra en el maletero de su Lada aparcado junto a la acera. Arriba, en la mesa de trabajo, le esperaban fotos y nombres de personas secuestradas y torturadas en Chechenia, material para su próximo -último, póstumo- artículo de investigación para su periódico. De nuevo un asunto incómodo para el Gobierno de Moscú y para el de esta convulsa república de la Federación Rusa. (Seguir leyendo)
Politkóvskaya, que trabajaba en el medio ruso, ‘Nóvaya Gazeta’, desarrolló su actividad periodística en Chechenia, destapando las atrocidades cometidas contra personas inocentes. Fue acribillada a tiros el 7 de octubre de 2006 en el ascensor de su vivienda por un pistolero checheno. En un principio, cuatro hombres –dos hermanos, un policía y un agente del FSB– fueron imputados, procesados y absueltos en 2009. Tras una investigación exhaustiva, otro cinco hombres, incluyendo a los dos hermanos y al policía, fueron condenados en 2014 como autores materiales. Los investigadores sólo han aportado una hipótesis según la cual el ‘cerebro’ del crimen sería un empresario ruso identificado por las siglas B.B. que vivía en Londres y que murió en 2013 porque no estaba contento con los artículos de Politkovskaya.
Politkovskaya era una mujer valiente, delgada y de pelo gris. La cantidad de bolsas de comida que llevaba el día que la mataron le venía un poco grande a sus hábitos alimenticios. En realidad eran para su hija, Vera, que estaba embarazada y cuya nutrición se había convertido en una nueva obsesión para la inminente abuela, que no llegó a conocer a su nieta. La niña nació cinco meses después. Le pusieron Anna, un nombre muy común en honor a una periodista extraordinaria cuya mesa en la redacción nadie ha vuelto a ocupar. Un gesto en recuerdo de una conciencia crítica que le han robado a Rusia.
La madre, la hermana y los dos hijos de Politkovskaya acudieron al TEDH en 2007 por considerar que las autoridades rusas no estaban investigando quién era el autor intelectual, una tesis que finalmente la corte de Estrasburgo este año ha aceptado.