Las sobras

Me viene a la mente un concepto no sé si literario, filosófico o social: las sobras. Hablo de ellas porque no son las mismas en todas las casas. En mi modesta morada son un alimento de medio pelo. No llegan a ser costra de nevera, de la que escribiré otro día, pero tampoco las encuadraría en ningún lugar de la pirámide alimenticia. Cuando el ser humano dejó la sabana no soñaba con sobras, pero fueron las sobras las que hicieron al hombre moderno. Claro que en las sobras de mi casa predomina lo reseco y el monoingrediente. Por no hablar del aspecto sospechoso, que sólo preocupa a las gentes desconfiadas entre las cuales no me hallo.

En casa de mi madre las sobras son exactamente lo contrario: un ramillete de abundancia, mimo y buena mano. Son la variedad cosificada y en ocasiones un estadio superior del primer o el segundo plato: el paso de las horas los consagra en un recipiente de plástico hacia el doble destino del bufete. Los hijos, que todavía no han encontrado el merecido acomodo en la vida del que han disfrutado los padres, reverencian estas variedades. Y paradójicamente, los padres las sirven melindrosos por no poder ofrecerles otra cosa al escuálido vástago, que las calienta en silencio en el microondas de dos en dos: presa de la gula o del sentido de la previsión, que para mí son las dos caras de la misma virtud.

El que habla mal de las sobras es porque no tiene padres que le quieran y le aprovisionen. No abogo por llevarse un tupper a casa como pago a los desmanes de mayo del 68. Pero sí de reconcerles la denominación de origen en plena guerra entre el lechazo y la tortilla deconstruida.

 — DDA 2008

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