Esta semana ha muerto Serguei Jruschov, el hijo del líder soviético Nikita Jruschov. Tenía 84 años. Nuestra primera entrevista fue en 2013, recordando el medio siglo del asesinato de Kennedy para el suplemento CRÓNICA de EL MUNDO: «Cuba era para la URSS lo que Berlín para EEUU». También contaba que el día q murió Stalin su padre no le dejó llorar.
Las llamadas nocturnas no eran habituales en casa del líder soviético Nikita Krushchev. Así que un 22 de noviembre de hace 50 años, cuando el principal rival del presidente John Fitzgerald Kennedy colgó el teléfono tras una breve conversación con su ministro de Asuntos Exteriores, su hijo Sergei Krushchev supo que algo grave pasaba. «Le dijeron que habían disparado al presidente de EEUU y se fue a la sala contigua, estaba bastante nervioso por lo que pudiesen hacer los halcones de Washington y la gente de la línea dura», recuerda en una entrevista con Crónica el vástago del líder soviético, que actualmente vive cómodamente en Estados Unidos.
Haber cambiado Moscú por la tierra que tu padre situó en el punto de mira de 42 cohetes R-12 y sus ojivas nucleares no supone ninguna contradicción para este ingeniero nacido en 1935. «A mi padre no le hubiese parecido mal porque la Guerra Fría terminó hace mucho», zanja con la misma sencillez con la que vive en Rhode Island como profesor retirado, disfrutando de las carpas de su estanque y dando alguna conferencia sobre la vieja política de dos bloques: unos años convulsos en los que Sergei fue testigo directo de la incredulidad, rivalidad y posterior deseo de cooperación que despertó el joven presidente norteamericano en la jerarquía soviética.
P. — ¿Cómo recuerda aquel viernes de 1963?
R.— Fue el día en que todo cambió. Tras la crisis de los misiles había disposición a colaborar en muchos temas: hasta en llegar a la Luna.
P. — ¿Qué teorías barajó su padre sobre la autoría del magnicidio?
R.— Cuando se anunció que se acusaba a Lee Harvey Oswald [que había residido en la URSS] pidió inmediatamente al jefe de la KGB que revisase todos los documentos sobre él. El análisis que le dieron es que podía tratarse de la CIA, tal vez la mafia norteamericana o incluso un oligarca del petróleo de Texas. Recuerdo a mi padre caminando por todo el salón tras confirmarse la muerte de JFK: incluso pensó en presentarse en el funeral. Y pidió a mi madre que le enviase una nota a Jackie.
P. — Es una cercanía extraña hacia el líder contra el que un año antes casi desata una guerra nuclear.
R.— Fue una crisis geopolítica para EEUU, que estaba acostumbrado a estar protegido por dos océanos. En Rusia es distinto: han pasado ejércitos napoleónicos, alemanes… Estamos acostumbrados. Para los americanos fue un golpe psicológico tener esos misiles tan cerca, en Cuba. Pero los españoles, por ejemplo, saben que los misiles apuntan igual desde Rusia que si se los acercamos hasta Cerdeña. En Washington pensaban que rusos y europeos podríamos matarnos entre nosotros por Berlín, pero que a ellos no les afectaría.
P.—Y estaban equivocados.
R.— ¡Estuvimos al borde de la guerra! EEUU no quería reconocer a la URSS como a un igual, y nuestra obligación era proteger a [Fidel] Castro. Cuba era un trozo de tierra del bloque soviético adentrado en el bloque capitalista. Justo al revés que Berlín.
La llegada de JFK a la Casa Blanca fue bien recibida en casa de los Krushchev: «Mi padre estaba radiante el día que ganó». Aquel 4 de noviembre de 1960 incluso bromeó diciendo que «era un regalo con motivo de la fiesta de la revolución», que se celebraba en la URSS por todo lo alto tres días después.
Pero el pulso por Cuba torció todo. Aquellos 13 días de octubre de 1962, mientras el mundo contenía la respiración, los Krushchev hicieron vida normal: «No hubo ningún plan de evacuarnos». El sábado se fueron a la residencia campestre, Gorki-9, donde ahora duerme el primer ministro Dimitri Medvedev. Y al día siguiente, en Novo Ogariovo, donde reside actualmente el presidente ruso, Krushchev se vio con la plana mayor para rematar, de espaldas a Castro, el acuerdo: EEUU no invadiría Cuba y retiraría sus misiles de Turquía. Castro siempre le reprochó esto a los soviéticos, hasta que tras una buena discusión a gritos regada con coñac el camarada Nikita le mostró al cubano, «hoja a hoja, toda la correspondencia con JFK de esos días». Ahí se dio Fidel por satisfecho.
Nikita Krushchev fue desplazado del poder un año después de morir Kennedy. Aislado, fue despreciado por la élite soviética y su hijo Sergei tuvo problemas con la KGB mientras trataban de sacar del país las memorias de su padre. Había intentado dictarlas en plena calle para esquivar los micrófonos, pero el secreto resultó tan imposible de esconder como el de esos misiles que cruzaron en barco el Atlántico. La amargura de aquellos últimos años hasta la muerte de su padre en 1971 no es la causa de que Sergei marchase en 1991 hacia los verdes paisajes del norte de la costa este de EEUU. «Me ofrecieron cambiar las computadoras por las clases de Historia». En 1999 dio un paso más y adoptó la ciudadanía norteamericana.
P.— ¿Es Obama su nuevo Kennedy?
R.— He votado por Obama. Creo que tiene muy buenas intenciones aunque le falta la voluntad y el carisma de Kennedy para llevar a cabo las cosas. Le falta liderazgo para que la gente le siga, pero trata de evitar el conflicto. En el caso de los misiles, ambos líderes pararon la guerra, claro que América escribe la historia a su manera.
P.—Pero JFK es una leyenda en EEUU y Krushchev no lo es en Rusia.
R.— Son dos naciones muy distintas. Los rusos perdieron su historia y el Gobierno no quiere reconocer la era soviética salvo desde el punto de vista de Stalin.
DE PUTIN AL ZAPATO DE SU PADRE
El día que Stalin murió, Nikita Krushchev no dejó que su hijo llorase: «No llegué a conocerlo, era un hombre muy solitario desde la muerte de su esposa». Su padre desmontó aquel sistema de terror pero sus reformas dieron pocos resultados. Acabó siendo sustituido por Leonid Brezhnev, que en Rusia es sinónimo de estancamiento: el reverso conservador de reformistas como Krushchev o el propio Mijail Gorbachov. «El estancamiento de Alejandro II provocó la revolución rusa 25 años después… y el de Brezhnev trajo otra también un cuarto de siglo más tarde», se queja. Por eso Vladimir Putin le ha parecido «una buena persona que ha destruido a los oligarcas y ha puesto orden». Eso sí, «cuando ha empezado a hablar de “estabilidad” he vuelto a sospechar. No me gusta», asegura.
Sí le divierte algo más que el periodista le cuente el lance de David Fernández, el diputado del izquierdista CUP que blandió una alpargata frente al ex presidente de Bankia, Rodrigo Rato, durante una comparecencia en el Parlamento catalán. Sergei caza a la primera la analogía con el gesto de su padre en la ONU con el zapato: «Bueno, ese tipo tiene sentido del humor. Podría haberle enseñado un puño, o el culo. Pero le enseñó una sandalia», dice con algo de picardía. La misma que cuando se le pide que glose el mito de Kennedy, la figura que tan empequeñecido ha dejado a su padre, quien siempre quiso poner su imperio a su altura: «Creativo. Decidido. Pero no tuvo ni tres años y, como a Obama, habría que juzgarle al haber acabado su mandato. También puedo decir sobre JFK lo que dijo mi padre sobre Jaqueline Kennedy: “No estoy tan impresionado por ella pero al fin y al cabo es su mujer, no la mía”».