Vladimir Mayakovsky: feliz cumpleaños, poesía con pantalones

Pues sí, hoy es el cumpleaños de mi vecino Vladimir Mayakovsky. Nació en el pueblo de Baghdati (de 1940 a 1990 llamado «Mayakovski» en su honor), actual Georgia, en 1893. Un tipo singular.

En 2013 un artículo sobre él me sirvió como excusa para contactar con la siempre solvente Marta Rebón, traductora de numerosos autores rusos. Para Mayakovsky «la revolución y la poesía eran sustancias de un mismo todo, no concebía la vida sin ninguna de ambas y se movió en ese doble terreno con una desenvoltura que no muchos supieron entender», me contó Rebón.

Militante desde los 14 años en el partido bolchevique, se convirtió en el portavoz del régimen revolucionario y en sus poemas pregona su noción del arte como una acción rebelde.

Mayakovsky mugshot

En 1915 apareció una primera versión censurada del libro ‘La nube en pantalones’donde construye un relato contra el arte y el amor burgués y la religión de la sociedad burguesa.

—-

LA NUBE EN PANTALONES (fragmento)

¿Qué sentido tiene todo esto?

¿De dónde aparece en la luminosa

alegría este blandir los puños sucios?

Llegaste,

y tu desespero corrió sobre mi cabeza una cortina

que me evitó pensar en el manicomio.

Y

como en la tragedia de un acorazado

entre espasmos asfixiantes

los marineros se lanzan por la escotilla abierta:

a través de

mi ojo desgarrado hasta el grito

salía, enloquecido, Burliuk.

Casi ensangrentados sus sufridos párpados

salió,

se incorporó,

se acercó

y con ternura inesperada en un hombre grueso

de pronto dijo:

«¡Qué bueno!».

¡Qué bueno cuando una blusa amarilla protege

tu alma de las miradas ajenas!

¡Qué bueno

si cuando te lanzan a los dientes del patíbulo

alcanzas a gritar:

«Tomen cacao de Van Gutten»!

Y este segundo

fuego de bengala,

sonoro,

no lo cambiaría por nada

ni por mi propio pico

Y entre el humo de tabaco,

como una copa de licor,

se alarga la cara abotagada-ebria de Severianin.

¿Cómo se atreve a llamarse poeta

y gorjear tan gris como una codorniz?

Hoy

hace falta

pegarle duro al cerebro del mundo

con una manopla.

Usted

a quien inquieta este solo pensamiento

«¿bailo elegantemente?»

mire cómo me divierto

yo:

¡chulo de plaza

y tahúr de naipes!

A ustedes

por el amor reblandecidos,

que durante siglos

sólo han vertido lágrimas,

los dejaré,

me pondré el sol de monóculo

en el ojo bien abierto.

Y ataviado de este modo increíble

iré por la tierra

para gustarles aunque los queme

y atado a una cadenita,

abriéndome camino, pasearé a Napoleón como a un dogo enano.

La tierra entera se tenderá como una mujer,

agitará sus carnes, ansiosa por entregarse.

Sus ropas cobrarán vida

y los labios de sus ropas

sisearán zalameros:

«¡Precioso, precioso, precioso!».

De pronto

los nubarrones

y todo lo demás nuboso

levanta en el cielo una gran agitación

como si obreros vestidos de blanco se dispersaran

tras declararle una airada huelga al cielo.

De detrás de una nube, un trueno, furioso, salió

y se sonó las narices desafiante.

El rostro del cielo se crispó por un segundo

con la mueca severa del férreo Bismark.

Y alguien

enredado en los lazos del cielo

alargó sus brazos a un café:

de una manera algo femenina,

como tiernamente,

y también como la cureña de un cañón.

¿Usted piensa

que el sol, tierno,

palmea la mejilla del café?

Pues no, es el general Galiffet

que va a fusilar a los rebeldes.

Sáquense, transeúntes, las manos de los bolsillos:

cojan una piedra, un cuchillo, una bomba,

y si alguien no tiene manos

que venga a golpear con su frente.

¡Vayan los hambrientos,

los sudorosos,

los sumisos,

los podridos en lo pulgoso y sucio!

¡Vengan

los lunes y los martes,

coloreémoslos con sangre como días feriados!

¡Que la tierra se acuerde al sentir los cuchillos

de aquellos que quiso ultrajar!

¡La tierra,

cebada como una amante

de las ya usadas por Rothschild!

Para que los estandartes restallen en el ardor de la metralla

como en cada fiesta que se digne de serlo:

levanten

a la altura de los faroles

los cuerpos ensangrentados de los tenderos.

Blasfemando,

implorando,

acuchillando,

pasando por sobre alguien,

para hundir sus dientes en el costado,

en el cielo, rojo como la marsellesa,

temblaba, palmándola, el crepúsculo.

La locura absoluta.

Pero no pasará nada.

Caerá la noche,

morderá algo,

y se lo tragará.

¿No ve

que el cielo vuelve a ofrecer como un Judas

un puñado de estrellas salpicadas de traición?

Y por fin cae la noche.

Festeja como Mamai,

posando su trasero sobre la ciudad.

Esta noche, tan negra como Azef,

no habrá ojos que la atraviesen.

Encogido en el fondo de tabernas,

me erizo. Riego con vino mi alma y el mantel

y veo:

en un rincón –mis ojos redondos como platos–

los ojos de la Virgen se me meten en el corazón.

¡Qué sentido tiene ofrecer su resplandor

pintado a esta turba tabernaria!

¿No ves que otra vez

en lugar de al ultrajado en el Gólgota

prefieren a Barrabás?

Quizá yo, a propósito,

entre el amasijo humano,

no muestro un rostro más nuevo.

Aunque yo,

quizá,

sea el más hermoso

de todos tus hijos.

Dales a ellos

enmohecidos en su alegría

la muerte rápida del tiempo.

Para que haya niños los jóvenes deben

crecer, hacerse padres,

las jóvenes, embarazarse.

Y a los recién nacidos déjenles

crecer las escrutadoras canas de los magos,

y vendrán

y bautizarán a los niños

con nombres tomados de mis versos.

Yo, que he cantado la máquina y a Inglaterra,

acaso, simplemente,

en el más común de los Evangelios,

soy el decimotercer apóstol.

Y mientras mi voz

obscenamente ulula

hora tras hora,

días enteros,

Jesús Cristo, quizá, aspira el olor

del nomeolvides de mi alma.

—-

Mayakovsky se suicidó de un disparo en el corazón el 14 de abril de 1930 sin que se hayan podido dilucidar.

El diario EL PAÍS publicó está noticia en 1985:

Testimonio inédito sobre el suicidio de Maiakovski

Quedan más cosas por contar sobre él.

Y sobre esos artistas que se volvieron locos con la revolución:

Aquellos pintores que inventaron la URSS

Su energía se vio cortocircuitada en sus últimos años por los manejos estalinistas. Se despidió de este mundo con desilusión y respeto al mismo tiempo ante el nuevo orden que se había creado. Por eso acabó así la nota que dejó antes de su pegarse un tiro: «Camaradas, no penséis que soy un cobarde». Los 200 rublos que tenía en el cajón los dejó para pagar sus impuestos y como donación a la casa editorial soviética.

Para saber más, Prohibido entrar sin pantalones, novela de Juan Bonilla. Dice Christopher Domínguez Michael que presenta a un Mayakovsky gamberro. Habrá que leerlo.

File:Vladimir Mayakovsky signature.svg

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