Cada vez que alguien intenta engañar a los periodistas, me acuerdo del caso de Bartolín, que tuvo al país en vilo durante unas horas en 1998, hasta que a las pocas horas asomó el embuste. Entresaco lo primero que se imprimó sobre el suceso.

Bartolomé Rubia, de 26 años, concejal del PP en La Carolina (Jaén), provocó ayer la movilización de las fuerzas de seguridad del Estado. A media tarde se difundió el rumor de que había sido secuestrado, lo que hizo saltar la alarma, sobre todo después hallar su coche con las llaves puestas en Linares. A última hora de la noche, Rubia telefoneó a su alcalde y le contó una increíble historia: había sido secuestrado y llevado en tren a Irún, donde había escapado aprovechando un despiste de sus captores. (…) Declaró que lo habían abordado a la salida de su garaje y que le metieron en un tren hasta San Sebastián, con trasbordo incluido en la estación de Chamartín (Madrid).

EL PAÍS, 29 MAYO 1998

Muy raro lo del tren. Luego se supo incluso que Bartolín reivindicó su secuestro a través del teléfono móvil que llevaba.

EL MUNDO reconstruyó pormenorizadamente el autosecuestro y desmontó su historia analizando las llamadas que hizo desde su móvil durante la desaparición y recordó ese desastre años después.

Pero hay un titular glorioso, de Pablo Ordaz, que rompió la historia del todo pocos días después, y lo recuerdo de memoria. Son palabras del taxista que lo llevó desde el centro de Linares hasta la estación del ferrocarril, que habló así anticipándose a cualquier análisis psiquiátrico:

«Secuestrado o no, iba solo»

El minucioso desmontaje de la historia de Bartolín, aquí. Desde la pistola plateada a los jamones, no tiene desperdicio.

En este curro cuando no estás armando una historia, la estás deshaciendo. Y algunas veces la frase que resume toda la salsa del relato te la da el taxista.