Jamás he pensado que Irene Montero haya llegado a ministra por estar con Pablo Iglesias. Aunque sí recuerdo que Pablo Iglesias llegó a vicepresidente diciendo sobre otras mujeres cosas idénticas a las que ha tenido que escuchar su pareja.
De fondo, el ruido. Siempre. La Españita cutre de tronistas de la moral, que ponen el grito en el cielo o el palillo en la boca dependiendo de si la humillada es Irene Montero o Ana Botella. Todas acusadas de ‘señoras de’ por el señor de la otra señora, o por las señoritas y señoritos de otro señor o aspirante a serlo.
Perseguir en manada a Cristina Cifuentes calle abajo. Acosar a Rosa Díez en la universidad. Y, con la huevada todavía caliente tras cabalgar contradicciones, poner los zapatos encima del escritorio fundando un partido que se llame Unidas, porque el lenguaje es más importante que unas señoras que no merecen tal género.
Orinar a Inés Arrimadas. Perseguir por la pradera a la preñadísima vicealcaldesa Villacís. Carecías urbanas antes las que callar o pasar página, porque el término ‘violencia política’ se alumbrará cuando el cacique nos lo diga.
Ahora le toca a la carcundia de Vox, convirtiendo el Congreso en el sucio picadero verbal que tienen en la cabeza. Cada día una polución cainita, el mismo griterío pardo de señor cabreado, superado por las circunstancias y la atención, que no podría encontrar el camino de salida ni con un mapa.
Si los fascistas del siglo pasado los viesen, más que camaradas los considerarían unos cesantes bien vestidos en busca de una secta donde se pueda aparcar bien. Gritando que quieren salvar un país cuyos contornos detestan. Un españolismo de gasolinera.
El pasado polvoriento se ha instalado cómodamente en la posmodernidad. Los políticos van inaugurando llorerías en lugar de gestionar. Y la gente haciendo cabriolas y selfis en el ‘indignódromo’, con la conciencia sucia por cacerías anteriores. Unos guardando la escopeta tras irse de ‘montería’, otros lavando las zapatillas de viejos escraches que, de pronto, no sólo no son ‘jarabe democrático’ sino que se prohibe su venta en farmacias.
Golpes en el pecho de 280 caracteres, berrinches ‘trending’. Pero vamos todos raudos a coger puñados de barro y escondernos en el agujero, la trinchera, la madriguera. A la espera de que alguna fémina del lado contrario se acerque y de nuevo poder pintarle —con la misma brocha gorda del feminismo o el patriotismo— otro inmerecido traje de furcia. Con el aplauso ovino de nuestra gente y el impostado desmayo de los del otro lado.